sábado, 26 de agosto de 2017

La ley electoral canaria no es sólo una ley electoral

En los años 70 del pasado siglo, Canarias pasaba por uno de los periodos más convulsos de su historia. Aunque muchos canarios de cierta edad recuerdan lo que aconteció, no parece que exista una verdadera conciencia de las implicaciones que tuvo todo el movimiento social que se generó en estas islas. Fueron años en los que el movimiento independentista liderado por Antonio Cubillo tuvo un protagonismo extraordinario, no tanto en las propias islas como en el exterior. En aquellos años, Cubillo logra convencer a la Organización para la Unidad Africana (OUA), la organización encargada de acabar con el colonialismo en ese continente, de que Canarias está en África (algo evidente en el mapa) y que es una colonia de España al igual que el Sáhara Occidental. La OUA le apoya y Cubillo llega a ser un personaje aceptado en sus reuniones sobre descolonización. También en esos años emite un programa de radio desde Argelia que nítidamente se podía escuchar en Canarias. Para muchos sus alocuciones no dejaban de ser una excentricidad política, además de que la conciencia independentista en Canarias era realmente escasa y sus seguidores una minoría.

Sin embargo, en la metrópoli existía una importante preocupación por el asunto pues Cubillo estaba logrando a nivel internacional unos éxitos diplomáticos excepcionales. Mientras a ETA nadie le hacía caso en el terreno internacional, Cubillo se codeaba con los líderes africanos. Por supuesto, la censura sobre el tema fue absoluta y sólo hemos tenido conciencia de lo que ocurrió muchos años después. En el interior sólo fuimos conscientes de algo más que anécdotas como el deterioro de coches con matrícula de la península, algunos (desgraciados) petardos, y poco más. A finales de los setenta ya aparecieron algunos líderes como el tal Comandante Guetón, y otros que no vamos a nombrar, cuyas excentricidades pueden dar para mucho (y no es ahora el caso).

En las primeras elecciones municipales democráticas los resultados terminan preocupando definitivamente a Madrid. Una coalición electoral de carácter nacionalista y de izquierdas, Unión del Pueblo Canario (UPC), consigue (a pesar de la ley D´Hondt) importantes resultados en Santa Cruz de Tenerife, La Laguna y Las Palmas de Gran Canaria, donde logran hacerse con la alcaldía. Además, en los municipios de Gran Canaria desde Telde hacia el sur obtienen alcaldías y una importante representación distintas agrupaciones con un marcado carácter de izquierda y nacionalista. Incluso en otras islas menos pobladas ganaban estas agrupaciones progresistas como el caso de Asamblea Majorera en Fuerteventura, la alcaldía de Santa Cruz de La Palma para el PCE y la de San Sebastián de la Gomera para el PSOE. El núcleo de la población de Canarias estuvo volcado hacia estas tendencias, en aquel momento, más que progresistas.

Por aquel entonces, la Universidad de La Laguna era un hervidero. Una importante masa de los que en los próximos años iban a tener puestos de responsabilidad (el porcentaje de estudiantes universitarios respecto a la población era muy pequeño) estarían claramente decantados hacia la izquierda (en todas sus facetas y colores). Las organizaciones estudiantiles progresistas y la penetración de los partidos de izquierda era absoluta. Los universitarios mayoritariamente querían un cambio democrático en el país y en Canarias. Por supuesto, la Universidad nutriría a los futuros mandos políticos. Los canarios tendríamos representantes que romperían con la caduca maquinaria franquista y una nueva era se abriría para todos los demócratas. Esto se les iba de las manos a los posfranquistas.

Por otro lado, es cuestión bien documentada en la historia que cuando un país tiene un recurso importante, su gestión por parte de los representantes políticos elegidos democráticamente mengua o desaparece. Quizás los países ricos en petróleo son los ejemplos más claros. En ellos, cuando hubo democracia, ésta fue una quimera. Las grandes potencias y empresas transnacionales nunca dejaron estos recursos en manos de su población y así las parademocracias y las dictaduras se sucedieron. Países tan ricos como México o Venezuela, y no digamos los de oriente medio o África, nunca prosperaron. No se podía poner en manos “incontroladas” los asuntos de comer del primer mundo. En Canarias pasa algo similar. Nuestra riqueza siempre ha sido la posición estratégica del archipiélago en esta zona del mundo. Esta ha sido nuestra condena desde los Reyes Católicos hasta nuestros días.

Ya tenemos todos los ingredientes. Situación estratégica, movimiento independentista de izquierda muy fuerte en el exterior, aunque débilmente creciendo en el interior, una población que se decanta por el nacionalismo de izquierda (principalmente en Gran Canaria y Tenerife), una futura clase dirigente educada en una Universidad con importante conciencia democrática, partidos, asociaciones de vecinos,… Sin duda, la metrópoli estaba preocupada y constantemente preguntaba si la pequeña burguesía canaria también estaba en el asunto. Claramente no, era heredera del viejo caciquismo y del franquismo, pero no había que tentar a la suerte.

El primer escollo importante fue defenestrar el independentismo y se hizo a lo bestia. Antonio Cubillo había logrado otro éxito sin precedentes al lograr que la OUA pidiera que la independencia de Canarias se discutiera nada menos que ante la Asamblea General de la Naciones Unidas (ONU). Cuando en 1978 Antonio Cubillo se disponía a salir hacia el aeropuerto para dirigirse a Nueva York, dos agentes del gobierno español lo dejaron al borde de la muerte. Este acto fue posteriormente reconocido por la Audiencia Nacional como terrorismo de Estado. Ahí lo dejo.

El segundo escollo, más complicado, fue revertir esa suerte de éxtasis democrático que vivía Canarias, lógico después de 40 años de dictadura y 500 años donde el que hablaba algo más de lo permitido, o se iba a América, o la alternativa era la cárcel, o la muerte. La selección natural al revés, los mejores desaparecían. El proceso para revertir tanto candor democrático tuvo varias vertientes. Por un lado, se evitó educar a la ciudadanía acerca de las bases del sistema democrático. En el parlamento español se legisló introducir una asignatura sobre el tema pero nunca se llevó a cabo. De esta forma nadie puede reivindicar lo que no conoce. Los españoles han vivido casi 40 años creyendo que el parlamentarismo es un verdadero sistema democrático. Parece que ahora se están dando cuenta.

En segundo lugar, todo el arco político canario acepta el sistema electoral basado en la triple paridad (supuesto equilibrio electoral entre islas) sin rechistar. En aquél entonces las cinco islas no capitalinas tenían el 12% de la población y se les otorga la mitad de la representación en el parlamento (30 de los 60 diputados). Un auténtico golpe de estado. Ni en países poco o nada democráticos se suele ver esta desproporción. Incluso Maduro en Venezuela no se ha atrevido a tanto para sacar su asamblea constituyente. El sistema electoral canario no es el primer o segundo sistema más injusto del mundo, es simplemente el hurto de las libertades a un pueblo con la connivencia de todo el arco político de las islas. Además, curiosamente sentenció el auge de la izquierda en Canarias pues su fuerza siempre estuvo en las grandes ciudades. Inexplicable.

Es quizás el aspecto más asombroso de nuestra historia. Nadie protestó en 30 años acerca de este desaguisado. En 2008, cuando organizamos un debate sobre el tema en la Universidad de Verano fue curioso observar el poco interés que despertó la ley electoral entre los partidos políticos, principalmente de izquierdas. Sólo unos ciudadanos agrupados recientemente en aquél entonces bajo el nombre de “Demócratas para el Cambio” se atrevieron a hablar claramente de lo injusto del sistema electoral. ¿Por qué nadie reivindicó la libertad durante 30 años? Esto parece un misterio. A la derecha le venía muy bien y fueron quienes lanzaron el órdago. Pero, ¿y la izquierda? ¿dónde estaba? ¿en qué estaba pensando?

Personalmente, creo que éstos tampoco creían en el sistema democrático, en un sistema de libertades como modelo de convivencia. De hecho, era común oír hablar a muchos de ellos denominando al sistema como “democracia burguesa”. Un sistema con el que había que convivir y que te daba la oportunidad de llegar al poder para posteriormente ejercer tu razón. De hecho, cuando tomaron el poder en algunos municipios, pronto se observó que aquellos que venían a pecho descubierto gritando por el pueblo y para el pueblo, no admitían el más mínimo disenso. Tenían la razón y contra eso es difícil argumentar nada. Muchos ciudadanos aprendieron en sus carnes que la razón es totalitaria. Existía un menosprecio generalizado al sistema democrático en los partidos de derecha e izquierda. En algo estaban de acuerdo.

Por supuesto, para que nadie pudiera deshacer el entuerto había que blindarla. Se impidió que el propio pueblo canario pudiese utilizar cualquier mecanismo democrático para tumbar dicha ley. De hecho, sólo el parlamento puede modificarla o suprimirla, nadie más. Claro, ese 12% (que ahora es un 17%) de la población, teniendo la mitad del parlamento, jamás elegirá a nadie que quiera acabar con esos privilegios. De hecho, partidos que se dicen de izquierda como Asamblea Majorera defienden a capa y espada dicha ley. La cuadratura del círculo.

Pues la cosa no se queda ahí. En los años 80 todavía coleaba ese fervor democrático de los años 70, tal y como se observó en el referéndum sobre la OTAN del año 1986. Canarias vota negativamente a la entrada en dicha organización. Todavía estaba vivo ese espíritu marcadamente progresista entre la población. Cuando se preguntó sin traducir en términos de diputados, sin aplicar ley D´Hondt y triple paridad, los resultados mostraron la pervivencia de aquellos mimbres de los 70. En esa asombrosa deriva de los partidos de izquierda que aceptan formas no democráticas, su práctica totalidad (a excepción del Partido Socialista que sigue apareciendo como tal), se une a finales de los 80 y principios de los 90 a la derecha caciquil, formando lo que hoy conocemos por Coalición Canaria (CC). Esta maniobra política estuvo diseñada para asaltar el poder y lo consiguieron en poco tiempo (y hasta nuestros días).

Después de una ley electoral antidemocrática, se consuma prácticamente la desaparición de la izquierda en Canarias. El parlamentarismo instaurado en España es un sistema de listas electorales donde los partidos y sus dirigentes ejercen un poder extraordinario. Ahí estuvo el truco para dejar en la cuneta a todos aquellos que reivindicaban más democracia política o social. Para salir elegido, el candidato debe figurar en los primeros puestos de dichas listas. Simplemente, dejando a los díscolos (a los más progresistas) en posiciones menos aventajadas, poco a poco irían quedando fuera del sistema. Si el candidato se enfrenta al partido o alguno de sus dirigentes, quedará definitivamente excluido del sistema. No te elige tu electorado, te elige el partido. De esta forma, todos aquellos que profesaban vocación democrática iban a quedar sin opciones y de hecho hoy en día Coalición Canaria es un partido de la derecha recalcitrante con algunos neo-caciques que se autodenominan de izquierda (p.e., Asamblea Majorera). Algunos lograron huir a tiempo y formaron Nueva Canarias. En Las Palmas de Gran Canaria como respuesta a tanto vaivén y disparate político (recuerden el pacto time-sharing para vergüenza de cualquier progresista), el electorado otrora de izquierdas termina apoyando al Partido Popular como fuerza mayoritaria durante lustros.

En poco más de una década se acaba con el entusiasmo generado en los años 70 donde una nueva juventud llamada a dirigir estas islas había expresado sus ansias democráticas. Desde mi personal punto de vista, la falta de formación democrática, la visión generalizada de que la democracia es simplemente un sistema para acceder al poder y no una forma de convivencia, y el absoluto desprecio a sus normas básicas como es la separación de poderes, acabaron con el sueño. Tanto la izquierda como la derecha han rechazado que podamos elegir a nuestros representantes sin que los partidos nos cocinen las listas (cerradas o abiertas, da igual), donde podamos decidir si queremos esta carretera o aquél puente, donde sentemos todas las semanas a nuestro concejal (o diputado) electo por el distrito para pedirle responsabilidades,… Donde gobiernen las mayorías en un sistema a doble vuelta para evitar tamayasos y pactos en cascada,… En fin, un largo, muy largo etc. Simplemente para que los ciudadanos no seamos meros espectadores, sino partícipes del sistema.

Finalmente, parece que cada partido tiene su democracia. Es de risa esa especie de carrera por proponer esta u otra reforma electoral. Que si diez diputados más, que si dos por islas y lista regional, que si aumentar no sé cuántos diputados en las islas capitalinas,… Estrafalario. La democracia moderna está inventada hace más de 200 años para que gobierne la mayoría y exista un escrupuloso respeto por las minorías. No hay que reinventarla en el siglo XXI. Sólo hay que aplicarla si realmente se es un verdadero demócrata. Lo que si parece claro es que es hora de ir aprendiendo pues la ley electoral canaria no fue una simple ley electoral, fue el instrumento para secuestrar la libertad de todo un pueblo durante más de tres décadas. Esa connivencia de todo el espectro político ha sumido a Canarias en su más grave crisis. Las enormes bolsas de pobreza en las islas más pobladas, los niveles de incultura, la situación de la sanidad, la educación, la justicia, los servicios sociales, infraestructuras, I+D+i (nuestro futuro), medio ambiente, los bajos salarios,… producen escalofríos y nos sumen en el subdesarrollo. La corrupción y la impunidad tienen niveles alarmantes y esto sólo se sana con altos, muy altos niveles democráticos.


Santiago Hernández León

sábado, 13 de septiembre de 2014

Rajoy da miedo

La sorprendente propuesta de Rajoy para cambiar la ley electoral con el objeto de proclamar alcalde al candidato más votado no ha recibido, desde mi punto de vista, la respuesta adecuada. La impresión es que la ciudadanía, oposición, periodistas, tertulianos, y demás… no han calibrado el alcance de la propuesta. Sólo se han referido al oportunismo electoral, al cambio de normas a mitad del partido, a la precipitación,… Todas ciertas pero pocos han calibrado el alcance de la propuesta.

            La democracia parlamentaria no separa los poderes, sólo los distingue. Así la elección del ejecutivo (léase primer ministro, presidentes de autonomías, alcaldes,…) no los elige el pueblo directamente. Elegimos unas listas cocinadas por las élites de los partidos y entre el legislativo (diputados, consejeros, concejales,…) se elige al ejecutivo. Debido a los consecuentes pactos, el ciudadano observa muchas veces que con su voto sale elegido aquel que no quería. No hablemos de las compra-ventas, tamayazos,… Hemos visto de todo.

            A nadie medianamente informado se le esconde que la verdadera democracia implica la elección popular del ejecutivo. En una primera vuelta se vota en conciencia y en una segunda, entre los dos candidatos más votados, el ciudadano vota a la formación más próxima a su ideología, o simplemente se hace un voto útil. El candidato es elegido por el pueblo y no por un reducido grupo de personas, con sus debilidades, intereses, e inconfesables propósitos. Hasta aquí el lector se preguntará que tiene de malo la propuesta de Rajoy, tiene toda la apariencia de un avance democrático. Déjenme contar primero una historia.

            En las elecciones alemanas de 1932 el partido de Hitler obtuvo el 33% de los sufragios, y sumando los socialdemócratas y comunistas el 37%. Sin embargo, Stalin prohibió a estos últimos pactar con cualquier otra formación política para elegir primer ministro. La historia hubiese sido otra si el presidente de Alemania (Hidenburg) hubiese tenido poderes ejecutivos y el parlamento el simple legislativo. Pero la democracia parlamentaria es así. En Francia, sin embargo, el pueblo se unió en contra de Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones de 2002. En las elecciones de marzo de 1933, el partido nazi obtuvo un 44% de los votos, no teniendo tampoco la mayoría necesaria para formar gobierno. Tuvieron que pactar con los nacionalistas alemanes para obtenerla. Algo que ocurre comúnmente en nuestra democracia, el pacto entre dos o más partidos. Al fin y al cabo la democracia es el gobierno de las mayorías.

Sin embargo, Rajoy da ahora un paso temerario y va más allá al redefinir la democracia, aunque sea descafeinada como la parlamentaria, para que no sea el gobierno de las mayorías. Éstas se acabaron, con sólo el 40% de los votos se puede asaltar el poder. El sueño de Hitler. Estoy completamente seguro de que su propuesta no es constitucional pero, cosas veredes Sancho… El alcance de la pretendida reforma electoral es ir un paso más allá en el secuestro de la escasa democracia política en este país. De prosperar creará un precedente amenazador y podrá promover un peligroso viaje sin retorno. Una minoría podrá gobernar sin cortapisas de ningún tipo. El siguiente paso, ¿la presidencia? Y después ¿una ley habilitante? Acaba de derrumbar el estado de bienestar, ahora van a por las libertades. Por favor, que alguien pare esto, ya da miedo.

Santiago Hernández León




miércoles, 9 de octubre de 2013

¿División de la izquierda o conciencia democrática?


Una proporción importante de la ciudadanía española y europea está saliendo de la idiotez ante la revolución emprendida por las élites financieras y sus apoderados en los partidos tradicionales. La gente empieza a preguntarse qué es lo que ha estado ocurriendo, signo inequívoco de que empiezan a preocuparse por la política, a no pasar de todo, a preguntarse si realmente estábamos viviendo en un sistema democrático. El movimiento 15M ha sido, sin duda, el comienzo del despertar de una juventud a la que nunca se quiso educar en política (incluso existiendo una ley que lo exige y que nunca se puso en práctica), pues para mantener el sistema de privilegios era preciso mantenerlos en la ignorancia y abducidos para ir a votar lo que los medios de comunicación (en manos de esas élites) predican.
            No sé si ha sido la pérdida de calidad de vida o que la juventud se ha desenganchado de los medios oficiales y viven en internet, o ambas cosas, pero el caso es que están reaccionando. El problema es que dicha reacción hasta ahora solo ha sido estética, al igual que ocurrió en el mayo del 68 en el que el movimiento estuvo plagado de frases maravillosas, utópicas, llenas de ansias de libertad. Sin embargo, más de un millón de personas pasaron por delante de la sede del Gobierno Francés y a nadie se le ocurrió siquiera pararse, tal y como hicieron los ciudadanos del bloque del este en los 90. Éstos tenían claro donde ir (o al menos donde no quedarse). En cambio, en el mayo del 68, al igual que ahora, solo quedaron para seguir convocando asambleas. El problema es que en aquél momento (al igual que ahora) no se sabía donde ir, cual era el norte.
            Un claro error en movimientos como el 15M ha sido querer asimilarse a opciones de izquierda. De hecho, un porcentaje muy alto de la población que simpatizó con el 15M fueron votantes de derechas. Una parte importante de la ciudadanía se ha dado cuenta de que la democracia que nos impusieron durante la transición española no salvaguarda las libertades, el derecho a decidir, a no dejarse avasallar por unos cuantos. Y ese es el problema. El sistema impuesto, la democracia parlamentaria, no es un sistema democrático propiamente dicho. Sería muy largo exponer esto aquí (si alguien está interesado se puede bajar un extenso texto en http://democraciaparaidiotas.blogspot.com) pero las consecuencias de aquella, repito, imposición las estamos sufriendo ahora. Las tropelías de este sistema , tanto por parte de la derecha, como de la socialdemocracia, como de la izquierda (allí donde gobernaron) las hemos padecido durante años y claro, de aquellos polvos, estos lodos.
            Una de las características de esa democracia parlamentaria es que el sistema está trucado para que ninguna otra opción, salvo las bendecidas por las élites financieras, pueda tener representación política. Uno de esos instrumentos perversos es el sistema electoral como reconoce ya casi toda la ciudadanía. El sistema de listas electorales (cerradas o abiertas) es la varita mágica para que, por ejemplo, no pueda existir la unidad de la izquierda. Las personas concienciadas socialmente no admiten fácilmente el caudillismo de una lista electoral, algo sociológicamente aceptado en el partido de la derecha y en parte de sus votantes. Desgraciadamente esto último ocurre en algunos movimientos de izquierda y allí donde han gobernado han terminado copiando el mismo sistema corrupto que hoy criticamos. En cualquier caso, hacer una lista electoral es una dádiva del actual sistema a unos pocos, y esos que tienen ese poder difícilmente van a renunciar a él. Otra cosa distinta sería que los votantes de un distrito elijan a sus representantes, a su vez elegidos en primarias dentro de los partidos. Estoy seguro (en contraposición a lo que muchos piensan) que la izquierda tendría mucha más representación. Eso sí, las élites del partido, las trasnochadas vanguardias, perderían poder. Se permitiría que cualquier persona pueda entrar en una formación mayoritaria sin tener que rendir pleitesía a los eternos dirigentes. En su distrito haría la política que sus ciudadanos le demandan y la aristocracia de los partidos desaparecería.
            El problema ya no reside en que gobiernen las derechas o las izquierdas si el sistema les permite corromperse, cosa que termina ocurriendo si nadie lo impide. El problema está en tener un sistema democrático o no, y de eso estamos muy lejos en España y Europa. Parece claro que los que gobiernan (financieros y apoderados) no van a permitir perder su status. Nadie que tenga poder lo cede fácilmente. Por tanto, la unidad de la izquierda poco va a solucionar si no es capaz de cambiar las reglas del juego. Éstas las tendremos que cambiar todos, los demócratas seamos o no izquierda.
            Claro, para hacer esto, primero habrá que conocer lo que es realmente el sistema democrático, aquél en el que el pueblo es soberano, aquél en el que no tengamos que depositar nuestra confianza en la responsabilidad personal de los gobernantes, aquél en  que los representantes respondan directamente ante sus votantes, con unas reglas que no se cambien en la mitad del partido. El sistema democrático se basa en dividir el poder, en el que cualquier cargo de responsabilidad sea elegido por un tiempo determinado, en el que el poder se divida al máximo para que nadie tenga demasiado poder, aquél que procura la igualdad (política y social), aquél que hace a los ciudadanos y representantes responsables de sus actos,… Quizás el mayor escollo para tener esa ansiada democracia es admitir que la razón es totalitaria (cada persona tiene la suya e intenta imponerla), que el sistema se construye entre todos y no en base a unos cuantos con mayor capacidad de liderazgo y seducción.
            Por tanto, no me preocupa la unidad de la izquierda (algo imposible hasta en las situaciones más difíciles, e imposible en nuestro trucado sistema), me preocupa la poca formación democrática de la ciudadanía (de derechas o de izquierdas). Sin ella es imposible que esa gran mayoría tenga claro donde ir. Cuando tengamos ese camino en nuestra mente, las cosas se desarrollarán vertiginosamente.

Santiago Hernández León

miércoles, 29 de mayo de 2013

Felíz Día de Canarias


Nada es comparable con lo que ocurre en Canarias. En esta autonomía española el sistema democrático es una quimera aceptada por todos, legitimada. De nuestras siete islas, dos de ellas están muy pobladas con el 40 y el 43% de los canarios en cada una, y el resto (17%) en las cinco islas restantes. Cuando se conquistan las libertades democráticas en este país, en Canarias en vez de llevar a cabo un sistema lógico de una persona un voto y de igual valor se establece lo que en su momento se denominó la triple paridad. Había que representar a las islas más pobladas, menos pobladas y a toda la ciudadanía a la vez. Ni idea de lo que es la democracia (quiero pensar). Se crea un sistema en el que las islas menos pobladas eligen al 50% de los diputados en el parlamento y las dos islas más pobladas al otro 50%. Es decir, el 17% de la población elige a la mitad de los parlamentarios y el 83% restante a la otra mitad. Todos conocemos que el voto de una persona de la isla de El Hierro, por ejemplo, vale 14 veces más que el voto de una persona de cualquiera de las islas más pobladas.
Este invento genuinamente canario consiste en llevar la desproporción de las democracias parlamentarias a las máximas consecuencias. Sin duda, es uno de los engaños más importantes que he visto y una de las mayores injusticias realizadas con un pueblo europeo. Es evidente que la clase política en el poder favorezca los deseos de ese 17% de la población. El neocaciquismo adquiere su máxima expresión. Así hemos visto inversiones millonarias para unos pocos mientras una parte de la población de las islas más pobladas sufre pobreza, desarraigo y marginación. Un desastre social de enormes proporciones. Siempre digo en broma (o quizás en serio) que si un habitante de El Hierro le pide al político de turno que le pinte la casa, no solo lo hará sino que si quiere le pondrá un piso más. Su voto vale en el mercado electoral una fortuna. Lo mismo ocurre en las demás islas periféricas. Es evidente también que el ciudadano que no sea de la cuerda del sistema caciquil en esas islas lo tiene dificil.
Tanto los partidos de derechas como los de izquierda han aceptado durante tres décadas esta flamante injusticia, aumentando las diferencias sociales entre las islas más y menos pobladas. Han establecido un sistema caciquil sostenido tanto en partidos de derechas como de izquierdas. A nadie se le esconde el caso de un presidente del cabildo del partido socialista que paga los entierros a los habitantes de una isla. No sé si es de risa o para llorar pero el caso es que no somos iguales ni siquiera cuando acaba nuestra vida. Los partidos (de derechas o de izquierdas) solo se han centrado en conquistar el poder o parcelas de poder, algo que sin duda soluciona la vida a unos cuantos. A los demás que nos zurzan.
Lo más grave es que el problema es irresoluble pues los partidos que se benefician de esa situación no quieren ni oir hablar del tema. Alimentando bien el caciquismo periférico, la situación es absolutamente irreversible. Cualquier partido que proponga un sistema electoral justo verá como ese 17% de la población votará mayoritariamente en contra, por lo que el 50% de los diputados canarios no querrán oir hablar del tema. Tampoco se puede proponer legalmente una iniciativa popular pues la ley no lo permite. Dicen que en democracia el pueblo es soberano y lo que realmente ocurre es que en Canarias unos ciudadanos son más soberanos que otros. Esa es la realidad. No hay solución. En las islas de Gran Canaria y Tenerife, el 83% de la población de Canarias, verá indefinidamente como su nivel de vida y bienestar bajan, y la pobreza y marginación aumentan. Mientras,… sigue la fiesta.

Santiago Hernández León