sábado, 23 de julio de 2011

El Espíritu del 9 de julio

El candidato socialista a la presidencia del gobierno hizo el pasado 9 de julio su primer mitin como tal, planteando un discurso tímidamente reformista cuyos puntos más importantes fueron la reforma de la ley electoral y la propuesta de dedicar parte del beneficio de los bancos a crear empleo, sobre todo para jóvenes. Sin duda, un claro guiño a las ansias democráticas de una mayoría de la población y a la contestación social de los últimos meses. Existe un porcentaje muy alto de la ciudadanía que ha simpatizado con las demandas de mayor democracia realizadas a partir del 15 de mayo.
            El sistema ha dado una respuesta clara. Por un lado, la derecha ha hecho caso omiso de estas reivindicaciones alegando que lo que tenemos es la democracia real y en algunos casos, ridiculizando a los ciudadanos que han salido a la calle. Normal. Los socialistas, lejos de admitir que el sistema no responde a las expectativas de la población, plantea tímidas reformas que poco van a cambiar el estado de las cosas. Desde luego decir que van a dedicar parte del beneficio de los bancos a crear empleo es una quimera pues este tema se escapa de la política nacional. Decir que nos van a endosar un sistema electoral como el alemán es querer decir que cambian algo para no cambiar nada. Después de la segunda guerra mundial una de las potencias ganadoras, Estados Unidos, impuso la democracia parlamentaria en Europa. Dado que en el parlamentarismo no es el pueblo quién elige a los gobiernos (solo se elige a los parlamentarios), la formación de gobiernos depende de las negociaciones entre partidos y personas. Puede existir una mayoría parlamentaria que no forma gobierno, una mayoría popular que no gobierna. Si añadimos aquella máxima de que toda persona tiene un precio (y en estos niveles se juega con mucho dinero) podemos llegar a la conclusión de que el sistema es fácilmente manipulable. En aquella Europa los partidos comunistas tenían mucho apoyo popular. Un sistema de elección directa del gobierno por parte del pueblo hubiese puesto en el poder a los comunistas al menos en Italia y en Francia. Éstos, en un sistema parlamentarista nunca llegarían al poder pues conformar una mayoría absoluta es muy difícil (y menos con la propaganda en contra). Además, solo hay que poner mucho dinero en múltiples partidos para que el voto se divida y aunque se obtenga mayoría, la suma del resto de los partidos impediría la formación de un gobierno. En el peor de los casos, se puede recurrir a la compra-venta de representantes (toda persona tiene un precio). En un sistema de separación de poderes esto sería más complicado. Por otro lado, los comunistas no querían saber nada de un sistema democrático importado del imperio capitalista, por lo que todos de acuerdo.
            Claro, este es el sistema que no se quiere tocar pues, aunque los comunistas sean cosa del pasado, eso de otorgar el poder de decisión a la gente es peligroso para esa aristocracia que vive en los partidos. Ningún sistema se hace el harakiri motu proprio. Me sabe muy mal decirlo pero me recuerda, salvando las distancias, al famoso Espíritu del 12 de febrero cuando una parte del sistema franquista quiso realizar un tímido gesto de apertura permitiendo el asociacionismo político dentro del sistema. Ningún demócrata pensó que aquello pudiera llegar a algo. De la misma forma, los españoles que reivindicamos más democracia pensamos que el problema no está en un pequeño gesto para recuperar el voto perdido y que al final nada cambie. El problema está en un sistema parlamentarista anquilosado, vetusto y demasiadas veces putrefacto. No queda más remedio que ir hacia un proceso constitucional. Cualquier otra maniobra es retrasar la solución.

El sistema electoral en sentido estricto

            El sistema electoral canario ha hecho correr ríos de tinta, pues no creo que exista en el mundo una democracia, por decir algo, tan peculiar como la nuestra. Incluso tenemos una asociación cívica, demócratas para el cambio, que desde hace tiempo lucha a favor de un sistema más justo para nuestros habitantes. Es probable que el movimiento 15-M haya vuelto a activar la polémica, o al menos muchos veamos en los jóvenes la oportunidad de poner algo de cordura en nuestro sistema político.
            Desde hace tiempo, lo tengo que confesar, me irritan bastante las ideas peregrinas que lanzan unos y otros para deshacer el entuerto. Hemos oído de todo y en algunos casos hasta para no creerlo. Sin embargo, el sociólogo y profesor Miguel Guerra publicó recientemente un interesante análisis acerca de la desproporción existente entre la población y la representación política. En dicho artículo ofrece los datos correspondientes a un sistema estrictamente proporcional para la asignación del número de diputados en el parlamento canario. Al final realiza una clara y lógica propuesta de aumentar el número de diputados a 75. Sin embargo, al hablar de la aplicación de un sistema estrictamente proporcional concluye diciendo que “seguirla en sentido estricto, agudizaría el conflicto y su salida. Canarias es una Comunidad territorialmente fragmentada y sus habitantes viven en islas muy diferenciadas y por tanto, no sería democrático tratar con un único criterio, el poblacional, la compleja singularidad que la insularidad entraña”.
            Sin embargo, la democracia en sentido estricto es una persona, un voto y de igual valor. Cualquier otra solución puede ser puesta en tela de juicio. El problema ahora reside en el criterio geográfico. Aquí ocurre como en las matemáticas y es que no se pueden sumar peras con manzanas. Una cosa es elegir a personas que te representen en relación a una forma de pensar, una causa, una ideología,… y otra la defensa de la población que vive en un territorio. No tienen nada que ver y el que lo intenta fracasa de igual forma que quien hace la misma tontería a la hora de sumar o restar.
            Cualquier democracia que se precie tiene un parlamento donde los representantes son elegidos por distritos electorales de igual número de habitantes (con alguna concesión), que responde a las formas de pensar de sus votantes. Punto. Ahora viene el problema geográfico. Cualquier democracia que se precie tiene una segunda cámara, normalmente constituida por dos o tres representantes de cada unidad geográfica, en nuestro caso serían dos o tres por cada isla. El propósito de esta cámara no es otro que evitar que se legisle en perjuicio de unas u otras unidades geográficas (normalmente sobre las que menor población tienen), y por eso se requieren mayorías de dos tercios para aprobar las leyes. Punto.
            Ahora saldrá el discurso facilón de siempre. Una segunda cámara, con lo que eso nos cuesta a los contribuyentes y bla, bla, bla,… Quién dice esto no tiene idea de las cifras en las que se mueve una región como Canarias y desde luego es más barato que instituciones que para nada sirven (p.e., televisión canaria, diputado del común,…). En cualquier caso, está cámara nos costaría menos que el desaguisado que ha promovido que el 15% de la población se constituya en mayoría, el neocaciquismo que se ha creado y la pobreza que ha generado. La actual ley no impide tener una segunda cámara, y designar a dos o tres personas por isla lo podemos hacer a la hora de las elecciones a cabildos. Si no se hace es porque no se quiere.

El 15-M y la preocupación de muchos

En estos días no paramos de leer comentarios y más comentarios sobre cuál será el devenir del denominado movimiento 15-M. Existe un debate sobre la viabilidad o no de los indignados, sus formas de proceder, las asambleas, su organización, si forman partido político, si lo hacen bien o lo hacen mal, y bla, bla, bla… Es curioso lo que nos preocupamos por el futuro de este fenómeno social.
            Desde mi particular punto de vista, poco importa todo esto. Realmente lo que ha ocurrido es que una parte importante de la población se ha dado cuenta de que el sistema democrático no responde a las expectativas que la sociedad tiene. De repente observa que los mecanismos que tenemos para decidir, para que nuestros representantes no se vayan por los Cerros de Úbeda, para que defiendan nuestros intereses,… no funcionan. Y no funcionan desde hace mucho tiempo, lo cual ha hecho que nuestro país se haya empobrecido. Hoy en día se sabe a ciencia cierta que el nivel económico de un país y el de sus ciudadanos (no siempre van a la par) es directamente proporcional a los niveles democráticos que gozan sus ciudadanos. Los países más democráticos son los que mayor nivel de vida tienen.
La democracia históricamente ha promovido más felicidad al ser humano, por supuesto en términos relativos. Los países más avanzados del planeta son los más democráticos. En éstos nunca han existido hambrunas como las que hemos visto en cualquier tipo de dictadura, muchas veces afectando a millones de personas. Por supuesto, hablo de países democráticos y no en los que simplemente existen elecciones. Cuando hay democracia, hay discusión, disenso y resolución. Cuanta más democracia, mayor discusión, mayor disenso y mejor resolución. A mayor democracia, mayor avance económico y social. Cuando no hay democracia no hay nada de nada, solo pobreza. De la misma forma, entre una democracia avanzada y una dictadura existe un enorme abanico de desarrollo social y económico. En un reciente artículo de una prestigiosa revista científica se llega a la conclusión de que la corrupción mata, pues en los países más corruptos las víctimas producidas por los desastres naturales son órdenes de magnitud superiores. Lo importante en dicho trabajo científico es que demuestra que los países con menor corrupción son los de mayor nivel económico por habitante. Por ejemplo, cuando no existe seguridad jurídica, la emprendeduría dentro de un país es una quimera. Si el Estado autoritario tiene la potestad de acosar al ciudadano, a las empresas, a los científicos,… no habrá progreso. Nadie querrá invertir donde la probabilidad de perderlo todo es muy alta. Alcanzar altos niveles democráticos es, sin duda, un antídoto para la corrupción.
Por eso no me preocupa el devenir del movimiento 15-M. Han logrado casi un milagro, o más bien dos. El primero concienciar a los ciudadanos de que poco deciden y que esto nos lleva a la pobreza (mucho paro, reducción de salarios, pensiones, destrucción del Estado de Bienestar,…). Y segundo que han generado la idea de que el parlamentarismo no nos satisface. Necesitamos separación de poderes, una ley electoral acorde con dicha separación de poderes, partidos democráticos, representantes cercanos, decisiones por referéndum, limitación de mandatos, igualdad, condiciones sociales justas, trabajo,… En fin, todo aquello que nos hace más ciudadanos, más libres y por qué no, más felices. No nos preocupemos mucho por el devenir de este movimiento, esa idea es imparable.

El sistema no se mantiene

Se ha consumado otro pacto de perdedores. Curioso sistema democrático donde para gobernar hay que perder las elecciones. Ya ocurrió en las pasadas elecciones y se repite ahora. Es la denominada aritmética parlamentaria que nada tiene que ver con la democracia. Lo terrible del asunto es que ya lo sabíamos pues tenían el pacto cerrado desde hace tiempo. Prácticamente lo que también ocurrió en las pasadas elecciones. La pregunta es si merece la pena ir a votar pues en este sistema poco hay que hacer. Si dos partidos llegan al acuerdo de gobernar es prácticamente imposible hacer otra cosa. Entonces, para qué la opereta democrática, para qué tanta parafernalia, para qué tanta fiesta democrática, para qué tanta tomadura de pelo. La degeneración del sistema hace que ya los pactos ni siquiera se hagan con posterioridad a las elecciones. Ya han perdido la vergüenza.
            En Extremadura la izquierda ha propiciado un gobierno del Partido Popular. Parece claro que los votantes que se decantaron por posiciones más a la izquierda no querían ese resultado, pero otra vez la aritmética parlamentaria. Se puede alegar lo que se quiera pero hay que preguntarse qué es lo que realmente hubiese querido la mayoría. Y esa es precisamente la pregunta que no nos dejan hacer. Está prohibida. Al final nunca elegimos a nuestro poder ejecutivo, a nuestros alcaldes, presidentes de cabildo y presidentes de gobierno autónomo o nacional. Eso es cosa de ellos. Hasta cuándo habrá que soportar el vomitivo baile de pactos y vendettas. Hasta cuándo.
            Un sistema electoral democrático debe ser un sistema a dos vueltas donde en una primera elección el ciudadano vaya a votar aquella opción que más se identifique con su forma de pensar. El ciudadano vota en conciencia. Si no existe mayoría, en una segunda vuelta se elige al alcalde o presidente entre los dos más votados. Ahora el ciudadano cuya opción quedó en el camino puede realizar un voto útil. La decisión la realiza la ciudadanía y no un grupo de personas que de entrada se juegan su permanencia en el partido y en la política.
            Ahora la pregunta es clara. ¿Qué hubiesen votado los ciudadanos de Canarias en las dos últimas elecciones? ¿Qué hubiesen hecho los votantes de Izquierda Unida en Extremadura? Estoy seguro de que los resultados no hubiesen sido los mismos. El sistema nos quita la voz, nos quita la decisión, y cada vez más, nos produce cierta repugnancia. El olor se percibe.
            Ahora nos venden de entrada que van a cambiar el sistema electoral para, en realidad, no cambiar nada. Lo peor es que a nadie se le cae la cara de vergüenza. Sin embargo, la ciudadanía tiene muy claro que la democracia es el gobierno de las mayorías y éstas las elige el pueblo. También tiene claro que democracia es una persona un voto y con el mismo valor. Esto es irrenunciable, es la esencia de la democracia. En el estado actual, el sistema no se mantiene.

El domingo dejaremos claro que no somos idiotas

El vocablo idiota deriva de la palabra griega idiotés utilizado para referirse a quien no se metía en política, preocupado tan solo en lo suyo, incapaz de ofrecer nada a los demás. Suelen coincidir con lo que se denomina analfabeto político pues ni discute, ni habla de política, ni quiere participar en ella. Ese pasotismo engendra la corrupción y termina afectando la vida personal pues la libertad, el trabajo, la vivienda, los servicios sociales,… dependen de decisiones políticas. Quizás lo decepcionante del actual sistema democrático, el de la abierta manipulación y corrupción, es que existe porque los ciudadanos les dejan (pasan).
Las socialdemocracias en el mundo vienen perdiendo votos desde hace décadas mientras que la derecha aumenta su representación. A nivel europeo esta tendencia se observa ya desde hace años. Esto parece ocurrir porque los jóvenes están desertando, y no porque de la noche a la mañana hayan pasado a ser de derechas, sino por un desencanto generalizado por la política, al menos la oficial. Muchos jóvenes lo que no quieren es oír hablar de la política impuesta desde un sistema en el que no creen, o al menos les plantea terribles dudas. Muchos de ellos perciben el sistema democrático actual como falso e indecente. Perciben el sistema de partidos políticos como una opereta que solo beneficia a unos pocos. Cuando estos jóvenes muestran su desconfianza del sistema (o simplemente lo rechazan) se les dice que siempre hubo tiempos peores, que tienen que elegir entre esto o la dictadura. Por tanto, se les induce a ir a votar las actuales opciones (normalmente dos) pues no existe otra alternativa. Solo en situaciones muy candentes de la realidad política del país han ido a votar en masa, decantando el arco parlamentario hacia la izquierda. Por tanto, no es que no quieran saber nada de política, lo que no les interesa es la actual política de partidos.
Curiosamente el sistema induce a los ciudadanos a pasar de la política. Nos han hecho creer que esto de la democracia es cosa de unos señores que aparecen en unas listas impuestas por los partidos y que, una vez legitimados, son los portadores de nuestro destino. Nos han educado para ser idiotas, ciudadanos que no se meten en política pues eso es cosa de ellos. Cualquiera que haya tenido la peregrina idea de poner algo de sensatez en la política sin pertenecer a sus partidos ha sido rápidamente acallado. En ocasiones ha costado las legítimas aspiraciones en el trabajo y hasta el mismo puesto de trabajo. A éstos se les ha puesto cara de idiota y a los demás se les ha enviado un mensaje, es mejor ser idiota y no meterse en política.
Hasta ahora han sido minorías las que han sufrido este indecoroso sistema democrático. Sin embargo, ya son muchos los que perciben el olor putrefacto. Después de mucho tiempo, hay que decirle a ese sistema de partidos imperante que se acabó, que nos pueden tratar como inocentes pero no como idiotas. El domingo es uno de esos días en los que seguro haremos historia. No importa que seas de derechas o de izquierda. Lo que está en juego son las normas para la convivencia, acabar con la opereta de los partidos, sus pactos y chanchullos. Saldremos a la calle y les diremos que se acabó el tiempo de los idiotas.

Prende la luz

Se ha tardado más de 30 años y es que no hay mal que cien años dure. Cuando en la transición un grupo de españoles denunció que aquello que nos prometían no era democracia, las mayorías, y no digamos los partidos políticos los tomaron por locos. Aquellos que denunciaron que los partidos políticos se convertirían en una especie de monstruos del poder no tardaron en percibir los efectos de ese poder. Ahora es una buena parte de la población la que ha quedado estupefacta con las disparatadas medidas consensuadas por los partidos mayoritarios para solventar la crisis. Ya no disparan sobre unos pocos, ya lo hacen sobre la mayoría. Es ahora cuando la gente ha reaccionado ante tanto desafuero.
            Las formas en las que se ha iniciado el denominado movimiento 15-M han sido un clásico. Estos manifestantes se han negado a cerrar una protesta y lo han hecho bien, y sin quererlo han sido increíblemente mediáticos por la oportunidad del momento. En todo el país y en toda Europa se perciben las mismas inquietudes. También lo han sido al trascender numerosas frases brillantes y propuestas a modo de titulares. Personalmente me gustan esas formas pero me preocupa que se queden ahí. Es una moda que se inició en Mayo del 68 y que simplemente quedó en eso, en frases para la historia. Fue patético observar como más de un millón de personas pasó por delante de la sede del gobierno francés y a nadie se le ocurrió ni siquiera mirar hacia adentro. No tenían una propuesta para cambiar el sistema, ni un norte común para todos aquellos manifestantes. Aquello pasó a la historia sin más, solo quedaron algunos cambios culturales.
            En las protestas de los indignados si parece existir un norte común, el deseo de más democracia. Me atrevería a decir que simplemente democracia pues ese sistema político es mucho más de lo que tenemos. No se basa en elegir unos representantes cada cuatro años por un sistema de listas que te imponen, que no te queda otro remedio que aceptarlas, con un sistema electoral que no te permite elegir ni a tu presidente, ni a tu alcalde, donde muchas veces gobiernan los que pierden las elecciones, donde si votas al partido A porque no quieres el B, observas que con tu voto sale el que no quieres,… cuando no existe separación de poderes, cuando esos mismos partidos eligen a jueces y fiscales, cuando todo el poder está concentrado en unas pocas manos, cuando esas manos están pagadas por las muy costosas campañas electorales, pagadas a su vez por los empresarios, cuando la prensa está también en sus manos, cuando el mecanismo del referéndum está absolutamente vetado, cuando el ciudadano no tiene voz,… Todo parece ser una farsa, predomina la conchupancia y no es de extrañar que en algún momento alguien se pregunte si esto es realmente una democracia. También se eligen representantes en Marruecos y a nadie con sentido común se le ocurre decir que aquel es un país democrático.
            Estamos ante uno de los retos más complicados de la política, pues nadie que disfrute del poder que tiene esa aristocracia que habita en los partidos, tanto en España como en Europa, está dispuesto a cederlo fácilmente. Sin embargo, esta vez no se trata de conquistar un derecho para una minoría, se trata de que nos devuelvan lo que es nuestro, lo que nos pertenece a todos. La luz ha prendido y va a ser difícil apagarla.