Una proporción importante de la ciudadanía española y europea está
saliendo de la idiotez ante la revolución emprendida por las élites financieras
y sus apoderados en los partidos tradicionales. La gente empieza a preguntarse
qué es lo que ha estado ocurriendo, signo inequívoco de que empiezan a
preocuparse por la política, a no pasar de todo, a preguntarse si realmente
estábamos viviendo en un sistema democrático. El movimiento 15M ha sido, sin
duda, el comienzo del despertar de una juventud a la que nunca se quiso educar
en política (incluso existiendo una ley que lo exige y que nunca se puso en
práctica), pues para mantener el sistema de privilegios era preciso mantenerlos
en la ignorancia y abducidos para ir a votar lo que los medios de comunicación
(en manos de esas élites) predican.
No sé si ha sido la
pérdida de calidad de vida o que la juventud se ha desenganchado de los medios
oficiales y viven en internet, o ambas cosas, pero el caso es que están
reaccionando. El problema es que dicha reacción hasta ahora solo ha sido
estética, al igual que ocurrió en el mayo del 68 en el que el movimiento estuvo
plagado de frases maravillosas, utópicas, llenas de ansias de libertad. Sin
embargo, más de un millón de personas pasaron por delante de la sede del
Gobierno Francés y a nadie se le ocurrió siquiera pararse, tal y como hicieron
los ciudadanos del bloque del este en los 90. Éstos tenían claro donde ir (o al
menos donde no quedarse). En cambio, en el mayo del 68, al igual que ahora,
solo quedaron para seguir convocando asambleas. El problema es que en aquél
momento (al igual que ahora) no se sabía donde ir, cual era el norte.
Un claro error en
movimientos como el 15M ha sido querer asimilarse a opciones de izquierda. De
hecho, un porcentaje muy alto de la población que simpatizó con el 15M fueron
votantes de derechas. Una parte importante de la ciudadanía se ha dado cuenta
de que la democracia que nos impusieron durante la transición española no
salvaguarda las libertades, el derecho a decidir, a no dejarse avasallar por
unos cuantos. Y ese es el problema. El sistema impuesto, la democracia
parlamentaria, no es un sistema democrático propiamente dicho. Sería muy largo
exponer esto aquí (si alguien está interesado se puede bajar un extenso texto
en http://democraciaparaidiotas.blogspot.com) pero las consecuencias de
aquella, repito, imposición las estamos sufriendo ahora. Las tropelías de este
sistema , tanto por parte de la derecha, como de la socialdemocracia, como de
la izquierda (allí donde gobernaron) las hemos padecido durante años y claro, de
aquellos polvos, estos lodos.
Una de las
características de esa democracia parlamentaria es que el sistema está trucado
para que ninguna otra opción, salvo las bendecidas por las élites financieras,
pueda tener representación política. Uno de esos instrumentos perversos es el
sistema electoral como reconoce ya casi toda la ciudadanía. El sistema de
listas electorales (cerradas o abiertas) es la varita mágica para que, por
ejemplo, no pueda existir la unidad de la izquierda. Las personas concienciadas
socialmente no admiten fácilmente el caudillismo de una lista electoral, algo
sociológicamente aceptado en el partido de la derecha y en parte de sus
votantes. Desgraciadamente esto último ocurre en algunos movimientos de
izquierda y allí donde han gobernado han terminado copiando el mismo sistema
corrupto que hoy criticamos. En cualquier caso, hacer una lista electoral es
una dádiva del actual sistema a unos pocos, y esos que tienen ese poder
difícilmente van a renunciar a él. Otra cosa distinta sería que los votantes de
un distrito elijan a sus representantes, a su vez elegidos en primarias dentro
de los partidos. Estoy seguro (en contraposición a lo que muchos piensan) que
la izquierda tendría mucha más representación. Eso sí, las élites del partido,
las trasnochadas vanguardias, perderían poder. Se permitiría que cualquier
persona pueda entrar en una formación mayoritaria sin tener que rendir
pleitesía a los eternos dirigentes. En su distrito haría la política que sus
ciudadanos le demandan y la aristocracia de los partidos desaparecería.
El problema ya no
reside en que gobiernen las derechas o las izquierdas si el sistema les permite
corromperse, cosa que termina ocurriendo si nadie lo impide. El problema está
en tener un sistema democrático o no, y de eso estamos muy lejos en España y Europa.
Parece claro que los que gobiernan (financieros y apoderados) no van a permitir
perder su status. Nadie que tenga poder lo cede fácilmente. Por tanto, la
unidad de la izquierda poco va a solucionar si no es capaz de cambiar las
reglas del juego. Éstas las tendremos que cambiar todos, los demócratas seamos
o no izquierda.
Claro, para hacer
esto, primero habrá que conocer lo que es realmente el sistema democrático,
aquél en el que el pueblo es soberano, aquél en el que no tengamos que
depositar nuestra confianza en la responsabilidad personal de los gobernantes, aquél
en que los representantes respondan
directamente ante sus votantes, con unas reglas que no se cambien en la mitad
del partido. El sistema democrático se basa en dividir el poder, en el que
cualquier cargo de responsabilidad sea elegido por un tiempo determinado, en el
que el poder se divida al máximo para que nadie tenga demasiado poder, aquél
que procura la igualdad (política y social), aquél que hace a los ciudadanos y
representantes responsables de sus actos,… Quizás el mayor escollo para tener
esa ansiada democracia es admitir que la razón es totalitaria (cada persona
tiene la suya e intenta imponerla), que el sistema se construye entre todos y
no en base a unos cuantos con mayor capacidad de liderazgo y seducción.
Por tanto, no me
preocupa la unidad de la izquierda (algo imposible hasta en las situaciones más
difíciles, e imposible en nuestro trucado sistema), me preocupa la poca
formación democrática de la ciudadanía (de derechas o de izquierdas). Sin ella
es imposible que esa gran mayoría tenga claro donde ir. Cuando tengamos ese
camino en nuestra mente, las cosas se desarrollarán vertiginosamente.
Santiago Hernández León
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